La detección de la sordera empieza en el tamizaje auditivo neonatal. Desde el año 2013, la Ley N° 29885 incluye, además del tamizaje metabólico y oftalmológico, el tamizaje auditivo como una obligación de hospitales públicos y clínicas privadas que brinden atención a recién nacidos
La incidencia de sordera en recién nacidos es 1 a 5 por cada mil nacidos vivos. Es decir, es más probable que un niño nazca con un problema auditivo que con un problema metabólico, por ejemplo. Es por ello que el tamizaje auditivo neonatal tiene un valor muy importante en el diagnóstico de la pérdida auditiva.
Esta prueba, sencilla y no invasiva, se realiza a las 48 horas de recién nacido. Dependiendo del protocolo de cada centro de salud, puede constar de dos tipos de pruebas: otoemisiones acústicas y potenciales auditivos automatizados. El primero evalúa la presencia de las células ciliadas externas, las cuales se encuentran en la cóclea, y que su integridad nos indica que la audición se encuentra dentro de límites normales o mejores a 25dB HL. La segunda prueba evalúa la integridad del nervio auditivo (quien comunica el oído con el cerebro) y ayuda a descartar la presencia de una neuropatía auditiva.
Al ser pruebas de tamiz, el único resultado que pueden indicar es si “pasa” o “refiere”. En el caso de que “pase”, podemos suponer que el niño presenta una audición normal al momento de nacer. Si es que “refiere” se debe realizar un nuevo tamizaje dentro de 15 días y si nuevamente “refiere” debemos realizar una evaluación diagnóstica.
La audición es fundamental para el adecuado desarrollo del lenguaje oral, por lo que una detección temprana de la sordera nos ayuda a planificar a tiempo el mejor tratamiento para el niño y que así pueda tener oportunidad de desarrollarse como un niño normoyente.
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